en busca del derecho
en busca del derecho
autor: Alejandro Padilla García.
grado: 8°c
capitulo 1: un silencio
Era una noche fría y lluviosa de un 15 de diciembre de 2011, las calles de Tunja eran cubierta por la penumbra y la soledad, acompañadas por un silencio de ultratumba que le pondría la piel de gallina al general de guerra más temerario.
Por la desgastada carretera del centro de aquella ciudad transitaba una vieja buseta con pintura verde y blanca desgastada, la buseta estaba casi tan vacía como las calles, en las que un hombre de barba medianamente larga y descuidada miraba por la sucia ventana del vehículo, lo único que lo mantenía despierto era el llanto de un bebé que se agitaba en los brazos de su joven madre.
Aquél hombre, desesperado por el llanto del infante, volteó su mirada hacía la mujer.
-Óigame señora...-.
Se quedó en silencio al ver la apariencia de la dama, quién tenía un ojo hinchado y de coloración morada, su piel estaba pálida, y tenía varias ampollas y heridas a duras penas cicatrizadas en sus descubiertas manos y brazos.
-discúlpeme por favor-.
Dijo la mujer alzando su cabeza y viendo al hombre, pero sorprendentemente, era la mujer quien lloraba, su voz estaba entrecortada, y sus ojos demostraban una sensación de angustia; el hombre no supo como reaccionar ante aquella escena tan escabrosa.
Afortunadamente para aquél sujeto, los frenos de la antigua buseta rechinaron frente a una casa de la era colonial en el centro de la ciudad.
-Aquí le tocaba a usted creo-
Dijo dudando el gordo conductor del micro bus, y rascando el poco pelo que le quedaba en la cabeza, se estiró poniendo su espalda recta sentado en la incomoda silla y la camandula que colgaba de un espejo dentro de la cabina se agitaba de adelante a atrás luego de frenar.
El barbudo se levantó de su silla mientras la mujer de aspecto preocupante y enfermizo lo miraba con lagrimas en sus ojos, el hombre tiró algunas monedas y billetes sobre una caja al lado de la silla del cansado conductor.
-Muchas gracias-.
Dijo el hombre ya bastante intrigado por el estado de la mujer, y en cuanto pudo se bajó dando un salto del viejo bus, de inmediato el agua que caía del nocturno cielo mojó su medianamente largo cabello y de un bolsillo en su decolorada chaqueta verde cayó una tarjeta cubierta por un plástico dañado.
-Esta vaina si jode-.
Se agachó algo frustrado y recojio la tarjeta con sus cansadas y sucias manos, y luego con sus casi cerrados ojos cafés miro la tarjeta, con decepción de si mismo y del mundo entero pronunció unas palabras a duras penas audibles, mientras una forzada sonrisa se dibujaba en su rostro.
-Alberto Bernardo Ramirez Lopez, licenciado de historia del colegio heisenberg, que estupidez...-.
Habló en un bien pronunciado alemán, con una profunda calma, y luego de decirlo suspiró con nostalgia, aquél sentimiento se podía notar con tan solo verlo; y no pudo evitar sentir cierta rabia.
-Ya pa' qué pensar en eso...-.
Puso su tarjeta en su bolsillo de nuevo, y solo llevando un morral en su espalda continuó su camino mientras veía como la buseta se alejaba y desaparecía entre el agua y las sombras.
Caminó bajo la intensa lluvia por los desolados andenes de la histórica ciudad, de vez en cuando veía por ahí una que otra botella de cerveza rota o entera tiradas el el suelo, al lado de una señal de "pare" o en frente de una ventana: como cosa muy extraña veía una coletilla de cigarrillo, veía la hierba y maleza creciendo en los viejos tejados de las casas.
Luego de un poco más de media hora caminando por las empinadas calles de Tunja, llegó a una casa en muy mal estado, la pintura original se veía opacada por los "graffitis" en la parte baja de la humilde vivienda; los garabatos ilegibles que se suponía eran arte corrompían la fachada de la antigua vivienda de arquitectura colonial.
Alberto extendió su temblorosa mano, el frío tunjano en aquellas noches era realmente paralizante, y haciendo un gran esfuerzo por no caer dormido giró la perilla de la puerta empolvada, el ruido de la decaída puerta abriéndose rompió por un momento con la hegemonía del silencio.
-Esto siempre ha sonado como los espantos-.
Entró a la casa, que por cierto su puerta estaba sin seguro, y volvió a cerrar la chirriante puerta desde adentro luego de mirar a los lados de la calle para asegurarse de que no había nadie siguiéndolo. y le puso seguro a la puerta.
Caminó dentro de la casa de manera silenciosa, sin embargo no pudo evitar asustarse al pisar uno de los deteriorados maderos que componían el suelo y que produjo un crujido, sin embargo, Alberto decidió no prestarle atención a aquél suceso y subió por unas escaleras procurando hacer el menor ruido posible.
En cuanto llegó al segundo piso de la casa vio una puerta rasgada y carente de cuidado alguno, el barbudo hombre caminó hacía la puerta, y moviendo con calma la perilla entreabrió la puerta y asomando tímidamente su rostro vio el interior de la habitación, donde esforzándose por lograr divisar algo entre la profunda penumbra, logró ver a su madre durmiendo en una incomoda cama, con la ventana abierta.
-Ay mi madrecita, a qué horas dejo el chuzo así...-.
Pensó para si mismo al divisar a la vieja mujer que no veía hace algunos años, y teniendo en cuenta el estado de la ya nombrada vivienda, y se quedó contemplándola por unos escasos segundos, reflexionando superficialmente sobre su vida.
Cerró la puerta y fue a la sala ubicada en el segundo piso, el hombre conocía de memoria los lugares de su hogar de crianza, y así como venía, sin una sola cobija o cobertura similar que pudiera dar algo más de calor, se acostó boca arriba en un extrañamente bien preservado sofá que contrastaba con el resto de la casa.
-De verdad, como es que esto se volvió así, a que horas, y por qué pasó esta vaina?-.
Dijo el hombre para sí mismo, y cerró sus ojos, no pudo evitar sentir un horrible sentimiento de amargura y desesperanza que recorría su mente, y por más que intentó evitarlo, una lágrima salió de su ojo izquierdo, y resbaló por su rostro hasta que se perdió en su descuidado bello facial.
Poco tiempo después de eso, a la, 1:36 de la mañana, se durmió por fin pensando en lo que había visto ese día
Caminó dentro de la casa de manera silenciosa, sin embargo no pudo evitar asustarse al pisar uno de los deteriorados maderos que componían el suelo y que produjo un crujido, sin embargo, Alberto decidió no prestarle atención a aquél suceso y subió por unas escaleras procurando hacer el menor ruido posible.
En cuanto llegó al segundo piso de la casa vio una puerta rasgada y carente de cuidado alguno, el barbudo hombre caminó hacía la puerta, y moviendo con calma la perilla entreabrió la puerta y asomando tímidamente su rostro vio el interior de la habitación, donde esforzándose por lograr divisar algo entre la profunda penumbra, logró ver a su madre durmiendo en una incomoda cama, con la ventana abierta.
-Ay mi madrecita, a qué horas dejo el chuzo así...-.
Pensó para si mismo al divisar a la vieja mujer que no veía hace algunos años, y teniendo en cuenta el estado de la ya nombrada vivienda, y se quedó contemplándola por unos escasos segundos, reflexionando superficialmente sobre su vida.
Cerró la puerta y fue a la sala ubicada en el segundo piso, el hombre conocía de memoria los lugares de su hogar de crianza, y así como venía, sin una sola cobija o cobertura similar que pudiera dar algo más de calor, se acostó boca arriba en un extrañamente bien preservado sofá que contrastaba con el resto de la casa.
-De verdad, como es que esto se volvió así, a que horas, y por qué pasó esta vaina?-.
Dijo el hombre para sí mismo, y cerró sus ojos, no pudo evitar sentir un horrible sentimiento de amargura y desesperanza que recorría su mente, y por más que intentó evitarlo, una lágrima salió de su ojo izquierdo, y resbaló por su rostro hasta que se perdió en su descuidado bello facial.
Poco tiempo después de eso, a la, 1:36 de la mañana, se durmió por fin pensando en lo que había visto ese día
capitulo 2: viento en la mañana
Un pequeño rayo de luz solar penetro por una grieta en el techo de la sala, y casualmente estrelló contra el mismo ojo izquierdo de nuestro protagonista, quien no pudo evitar sentir una molestia que lo terminó por despertar.
Entre sus propios quejidos se rascó los ojos y cambió de posición sin la más mínima voluntad de levantarse del sofá, poniéndose de lado, pero por alguna razón que ignoraba no podía volverse a dormir por más que quisiera.
Sumado a esto sentía una acosadora hambre que le retorcía el estomago, y, que efectivamente lo obligó a levantarse.
-Venga, esto se ve hasta bonito de día-.
Dijo animándose al darse cuenta de como se veía la casa por dentro con la luz entrando por las ventanas, y rebotando por los pasillos: Alberto no pudo evitar sentir alegría al ver aquella emotiva imagen.
Caminó escaleras abajo, y pasando por el comedor, llegó a la cocina, donde escucho una voz ronca que le hablaba.
-Usted se quedó con esa maña tan horrenda de no saludar, no Alberto?-.
Dijo la madre del recién llegado, era una mujer vieja y canosa, de baja estatura y algo gorda, que tenía cierta dificultad al caminar, la dama estaba preparando un tinto, que llevó a la mesa junto con una rodaja de pan.
-Pues discúlpeme doña María-.
Dijo de manera irreverente el hijo, moviendo sus brazos de manera burlesca, como intentando insinuar algo, en respuesta al comentario de su madre, que se llamaba María Carmensa Lopez de Ramirez.
-A mi no me responde así, a ver, no sea zángano y pase a comer-.
Dijo la anciana bastante molesta y agitando su dedo índice
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